Si existe un lugar en el mundo donde el sentido del gusto se despierta, se estimula y trabaja a miles de revoluciones por minuto, es Italia. La comida italiana es, para mi, la más rica del mundo. ¿Quien no termina con ganas de una pizza y un gelato después de ver "Comer, rezar y amar" con Julia Roberts? ¿O quien no queda con hambre después de ver alguno de los programas de comida italiana que pasan por Discovery o algún otro canal? Mi gusto por la comida italiana cobró fuerza cuando una amiga italiana me invitó a su matrimonio. La comida fue algo absolutamente increíble. Al momento del aperitivo uno se encontraba en medio de quesos, jamones, panes, tomates y muchas cosas más, que susurraban al oído para ser degustados. Recuerdo que ese día, quienes nos quedamos hasta el final, corrimos con la suerte de disfrutar una focaccia recién salida del horno y lista para entrar a nuestros paladares. Esa vez, antes de ir al pueblo donde mi amiga se casaba, pasé una tarde en Boloña donde encontré uno de mis restaurantes favoritos en el mundo, Drogheria della Rosa. Recuerdo que el propietario me recibió con una botella de champaña en la mesa y no tuve que mirar el menú porque el me sugirió que pedir. La comida fue absolutamente exquisita. Acá pueden leer el post que escribí sobre esa experiencia culinaria maravillosa.
Acabo de llegar de pasar unos días en Roma por trabajo. Y a pesar de las responsabilidades aproveché para descubrir la ciudad, a la cual había ido hace 15 años, y estimular mi paladar. Una amiga de Roma se encargó de darme la lista de lugares a donde debía ir qué debía comer. El primer día lo comencé con una "bruschetta al pomodoro" y un "scamorza affumicata con prosciutto" en la Antica Birrera Peroni. Una vez me trajeron la comida los sabores me llevaron a otro espacio, creo que a mi paladar le hacían falta ese tipo de sabores. Las señoras de la mesa del lado me miraban porque creo que era más que obvio cuanto estaba disfrutando mi comida.
Al siguiente día comencé mi recorrido cultural y gastronómico con un latte machiato y una crostatta en la cafeteria del Chiostro del Bramante. Mi amiga me lo recomendó porque es un sitio muy agradable para tomarse un café y un poco desconocido para el grueso de turistas, así que vale la pena para encontrar un poco de tranqulidad.
En la última tarde que tuve la oportunidad de recorrer Roma, la dediqué a la parte un poco más dulce. El tradicional gelato y un "Caffe granita con panna" en Caffe Sant Eustachio.
Definitivamente una estadía donde el sentido del gusto cobró un papel principal.
Ciao Roma!
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